La fiesta navideña tiene su origen en el nacimiento simbólico de Jesucristo. Simbólico porque los Evangelios según San Marcos y San Mateo no hacen referencia a la fecha exacta de su nacimiento.
Algunos historiadores evidencian la posibilidad de situarlo en un día del mes de Marzo. Para la astrología se trataría un período de plenilunio durante el tránsito del Sol por el signo de Piscis. Es durante el Siglo IV cuando la iglesia católica marca este acontecimiento el día 25 de Diciembre. En cambio la iglesia ortodoxa celebra la Epifanía, el 6 de enero.
La tradición cristiana del catolicismo escoge la noche del 24 al 25 de diciembre como la noche en que la Virgen María da a luz al Niño Dios para no coincidir con la noche del solsticio de invierno, el 21 de diciembre, por tratarse de una fiesta pagana. Este hecho no es casual ya que se debe a la influencia de la tradición griega que asocia los solsticios a una “Puerta de los Dioses”.
Los griegos celebraban en este día la fiesta de la luz, símbolo de vida y de maternidad. Por lo tanto la noche del 24 al 25 de diciembre está repleta de simbolismo. El Avatar penetra por la puerta de la luz y su nacimiento es el símbolo de ese renacimiento interior y espiritual que llega en la noche en que las tinieblas son más densas y largas, ya que a partir de esa noche el día empieza a prolongarse.
La Navidad es la fiesta que celebra este acontecimiento espiritual, una fiesta de luz y de renovadas esperanzas, una luz que tenía como propósito iluminar las consciencias y llenar el corazón de esperanza de una vida más amorosa, en un momento de la historia en que los instintos tendían a desbordarse en el mundo. De hecho este fue el mensaje que más proclamó el Maestro Jesús, a lo largo de su corta pero intensa vida: la necesidad de amarnos los unos a los otros.
EL SIGNIFICADO DE LA TRADICIÓN.
Pero ¿cuál es ese sentido profundo de la celebración navideña? Unos y otros lo vivimos de formas muy diferentes, tanto si somos creyentes como si no lo somos. Unos buscan reunirse con la familia, otros le dan un sentido más religioso, otros se meten de lleno en el consumismo o en la festividad, y otros confiesan que no soportan estos días de gastos alocados, no le encuentran ningún sentido. Pero cada una de estas realidades también contiene su simbolismo.
EL NACIMIENTO
La historia nos relata que Jesús era hijo de José el carpintero, y de María la novicia del templo de Sion. José y María eran a su vez miembros de la Fraternidad Esenia, una congregación que los hebreos llamaban la Escuela de los Profetas, compuesta por sanadores, médicos, filósofos, sabios y gentes de bien que demostraban sus grandes dotes humanitarias con honestidad, bondad y sacrificio. Provenían del linaje de la Escuela del Estudio de las Tablas de la Ley y papiros antiguos. Eran firmes defensores de la libertad, la verdad y la solidaridad. El compromiso de un Esenio implicaba toda una serie de obligaciones, según el grado que tenían. Cuidar de los más necesitados, pobres, indigentes, enfermos y perseguidos por la justicia, sin distinción de razas ni credos. Se trataba de un colectivo que dominaba el arte de la medicina, tanto la del alma como la del cuerpo. Eran expertos terapeutas. Una de las más reconocidas fue María Magdalena, experta sanadora que utilizaba aceites medicinales. Los Esenios recibían el nombre de hombres de la voz de leche, debido a que sus oraciones o mantras tenían efectos terapéuticos.
Podemos ver que los padres de Jesús eran personas de una cierta evolución espiritual. Jesús también pertenecía a esta comunidad y aprendió de los grandes iniciados de la orden, de los cuales sacó gran parte de la información y habilidades que desarrolló durante su corto ministerio.
La Crónica Sagrada dice que camino de Judea, José y María no encontraron un albergue para pernoctar y ante el parto inminente se pararon en Belén, en una humilde cueva que servía de establo.
Los detractores del relato bíblico insisten en la incierta probabilidad de que Jesús naciese en una cueva. Es verdad que los judíos de aquel tiempo eran personas especialmente solidarias. Vivian en clanes familiares y emparentados. José y María tenían familia en Belén, entre otros Sara, tía de María. Algunas crónicas históricas afirman que lo más probable es que fuesen alojados ahí y que María diese a luz en aquel hogar.
Pero hay que recordar que la importancia de este relato no se centra en el hecho histórico, sino en su simbolismo.
- El viaje físico que llevan José y María recrea el viaje interno que todos tenemos que realizar para prepararnos para el cambio anímico, para el cambio de valores, para que nuevas aptitudes y tendencias puras inunden y sanen nuestra personalidad.
- Si la tradición hace nacer a Jesús en una cueva-establo, su significado es claro, la cueva, el establo simbolizan la humildad, el desprendimiento, la pobreza material, pero no la espiritual como veremos más adelante.
- Sigue diciendo la Crónica que se encontraban solos junto a los animales y un Ángel Anunciador. Los padres representan las raíces, los fundamentos de la personalidad que tiene que ayudar al infante a crecer. El Ángel y los animales representan lo divino y lo profano que conviven en nuestro interior. Los animales expresan los instintos que Jesús no negará nunca, sino que nos exhortará transmutar.
- Los pastores fueron alertados y llegaron al portal con regalos para el niño. Estos personajes que pueblan nuestros belenes son esas tendencias internas que dan la bienvenida a la nueva conciencia que nace.
- Es nuestra familia social, los vecinos y amigos, el entorno que compartimos y necesitamos para desarrollar nuestra vida, son los observadores del cambio que se opera en nuestra personalidad.
Cada 25 de diciembre recreamos este nacimiento que expresa la radiación crística, dándonos la posibilidad de transmutar nuestras naturalezas inferiores. Es la llamada espiritual que nos permite reconectar con la transcendencia, cambiar nuestro estado emocional y espiritual y comunicarnos con nuestra esencia divina, tratando de bajar el cielo a la tierra. Cantamos, comemos, bebemos un alimento físico que simboliza el alimento espiritual que nuestro cuerpo superior puede absorber en la transcendencia de esta noche mítica.
Tomar consciencia de este acontecimiento es elevar nuestra vibración y comprender ese Cristo interior que nace y se encarna con el propósito de hacernos mejores, más allá de credos y dogmas. Dar vida a José, a María, a Jesús, a Melchor, Gaspar y Baltasar, a los pastorcillos y todos los presentes es dar vida a nuestro paisaje interior.
Cada 25 de diciembre podemos recordar la misión amorosa de este profeta, recordando también la nuestra, la de poner luz a las tinieblas de la incomprensión y amor en toda circunstancia. Pero no sólo se trata de hacerlo este día, sino recrear este nacimiento cada día de nuestra existencia.
Con Amor,
Susana
Fuente: Red Milenaria
Vídeo: Una Navidad Espiritual
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